jueves, 1 de diciembre de 2022

Érase una vez en noche buena, un músico…

 A la memoria del maestro Juan Francisco Sans*

Rafael Isaza, Ricardo Pérez o Rogerio Caraballo, son probablemente nombres familiares para algunos conocedores de nuestra historia musical, bien por ser especialistas o melómanos y fanáticos de este tipo de datos. En cambio, para la mayoría de los venezolanos, es probable que no tengan significado alguno; o al menos eso creemos. Sin embargo, no hay prácticamente ningún habitante de este país que no se regocije ante la hermosura de los textos y melodías de canciones emblemáticas de nuestras fiestas decembrinas, como De contento, A ti te cantamos o Niño venturoso; amén de corearlas tan pronto comienzan a sonar. Son los mismos venezolanos que ignoran casi por completo, el que estas tres piezas fueron compuestas -respectivamente- por los tres personajes nombrados al inicio y, más aún, que se concibieron hacia el último tercio del siglo XIX.

Pero debo retractarme. No es que esté acusando la ignorancia de mis compatriotas por desconocer esos detalles. Se trata, como suele suceder con mucha de la música que nos acompaña en el día a día, de que estas piezas han sufrido un interesante proceso de mediatización, que las han colocado en el sitial que tienen hoy: repertorio fundamental de las navidades venezolanas.

La popularidad de estos y otros aguinaldos venezolanos, se la debemos a uno de los músicos y promotores culturales más importantes del siglo XX caraqueño: el maestro Vicente Emilio Sojo (Guatire, 1987-Caracas, 1974). Aunque más conocido por su labor docente y por ser el principal motor que impulsó la escuela de composición conocida como “Santa Capilla”, quizá la más importante del pasado siglo, el maestro Sojo tuvo siempre un marcado interés por el rescate de nuestras tradiciones e historia. Una inquietud compartida con el maestro Juan Bautista Plaza (Caracas, 1898-1965), otro de los compositores resaltantes de la época, considerado hoy un pionero en los estudios de música colonial venezolana y otros de corte musicológico en el país. Muchos autores han escrito sobre el tema, al punto de que en los predios musicológicos ya esta historia es lugar común. Entre los consultados por mí para este escrito, destacan: el texto que acompaña al CD Aguinaldos Venezolanos del siglo XIX, del investigador Felipe Sangiorgi, en el cual se recogen grabaciones en vivo del Orfeón Lamas bajo la batuta del maestro Sojo; el que escribió el musicólogo, pianista y compositor venezolano recientemente fallecido, Juan Francisco Sans (Caracas, 1960-Medellín, 2022), como presentación de su propio CD de piano solo, Nació el redentor (Aguinaldos venezolanos tradicionales); y la nota introductoria a la Colección de Aguinaldos de Ramón Montero, debida al musicólogo, compositor y director de coros, Miguel Astor.

En 1937 el maestro Sojo comienza una labor de recopilación de canciones tradicionales venezolanas, entre las que destaca un buen número de aguinaldos. Este trabajo comprendió no solamente la transcripción de la melodía, sino también la realización de unos acompañamientos para teclado muy elaborados, catalogadas por Juan Francisco Sans como unas verdaderas “joyas de la polifonía instrumental venezolana”, opinión compartida por el resto de los conocedores de la materia. Esta iniciativa del maestro guatireño, dio como resultado la edición de una colección de aguinaldos en dos volúmenes, publicadas en 1945 y 1946, bajo el título: Aguinaldos populares venezolanos para la noche buena n° 1 y n° 2, respectivamente, también revisados por mí para dar forma al presente artículo. En adelante, como dice Miguel Astor, estos cuadernos serían “reeditados sucesivamente en años posteriores por diferentes empresas e instituciones”. Con ello, Sojo no solo rescató este acervo que hasta el momento permanecía inerte en viejas partituras o en las memorias de nuestras abuelas y bisabuelas, sino que propició una dinámica de difusión llevando a incorporar muchas de estas piezas a los programas de enseñanza de nuestros primeros niveles educativos, además de conformar el repertorio obligado de todo grupo dedicado a la interpretación de música navideña.

El primer libro de aguinaldos editado por el maestro en 1945, contiene piezas de compositores desconocidos o “anónimos”. En la presentación de ese libro, se explica que las mismas fueron registradas en San Pedro de los Altos, Estado Miranda, dando cuenta al mismo tiempo de lo que alienta su empresa: “representan ellos [los aguinaldos], con toda fidelidad, una de las más hermosas tradiciones de nuestra música vernácula, hoy en vías de desaparecer”. Justo es decir, tal como refiere Felipe Sangiorgi, que la recopilación de las obras de este primer volumen, se debió específicamente al interés y, sobre todo, el olfato musicológico del maestro Juan Bautista Plaza, quien finalmente las entregó a Sojo. Lo realmente importante es que en este cuaderno primogénito se publicaron algunos de los más emblemáticos cantos de nuestras navidades, los mismos que cantaron nuestros padres, los mismos que cantamos nosotros, los mismos que ya cantan o cantarán nuestros hijos. Títulos como Niño lindo, Cantemos cantemos, Precioso querube, y La jornada, pertenecen a él. Sí, seguramente en este momento, usted lector o lectora, entonó el primer verso de esa última pieza, aquel que dice: Din din din / es hora de partir…

El proceso de mediatización por el que ha pasado este repertorio a través de los años, ha sido decisivo para su encumbramiento como obras de referencia de nuestras tradiciones musicales navideñas. Varios elementos mediatizadores podemos distinguir allí. El primero y más evidente, es la labor de Vicente Emilio Sojo, quien animado por el espíritu venezolanista que siempre lo caracterizó, llevó a cabo la recopilación, transcripción y arreglos de las piezas. Pero esa tarea no terminó allí. Según cuenta Felipe Sangiorgi, en 1938 el Orfeón Lamas interpretó por vez primera en la iglesia Santa Capilla de Caracas, los aguinaldos tradicionales venezolanos recopilados y armonizados por el maestro Sojo, fundando así una tradición que perduraría por espacio de unos veinte años, aproximadamente, haciendo tres presentaciones alrededor de las fechas decembrinas, año tras año, ininterrumpidamente. El segundo, es el hecho de la publicación en sí, en la cual intervienen las distintas instituciones auspiciantes, tanto públicas como privadas, que han facilitado su difusión a través de las innumerables ediciones y reediciones. Y por último, pero de una importancia incalculable, están los medios de comunicación, a los cuales este repertorio, que ya había calado en el colectivo nacional, les resultaba muy conveniente de transmitir por una razón práctica: no acarrea derechos de autor.

Indiferentemente del cristal con que se mire, si nuestras navidades saben a hallaca y huelen a pan de jamón recién horneado, podríamos decir de la misma forma, que nuestras pascuas suenan a aguinaldo. Habrá quienes me critiquen con razón, el hecho de que en los actuales medios de comunicación otros géneros como la gaita tienen una mayor presencia, y tal vez estén en lo cierto. Sin embargo, como originario que soy de la provincia, se de primera mano que las parrandas y aguinaldos siempre han tenido un sitial especial en nuestro entramado sonoro decembrino, quizá venido a menos a medida que los procesos de urbanización van ganando terreno, y flagelos como la inseguridad condenan esas prácticas al recuerdo de algunos pocos, o al anhelo romántico de algún escritor (verbigracia).

Como navidad es época especialmente sensiblera, tal vez en estas últimas semanas debamos asistir a los tradicionales actos de fin de año en los respectivos colegios de nuestros hijos. Si en al menos una escuelita se canta alguno de los aguinaldos tradicionales rescatados y difundidos por Sojo hace casi ochenta años, y alguno de los presentes que ha leído este escrito recuerda al maestro de Santa Capilla, me daré por satisfecho.

¡Feliz navidad!


*Versión revisada del original publicado por el blog Sacven Creativa en diciembre de 2011